Me invadieron unas ganas tremendas de llorar al comprobar que mi corazón ya no pertenecía a nadie. Y no era por el simple hecho de no tener un "dueño", sino por no tener a quien querer. No tener a quien abrazar cuando mis brazos piden un poquito de fuerza, o no tener a quien mojar cuando me rio tanto que puedo llegar hasta a llorar.
No necesitaba que me quisieran, solo quería querer yo. Que alguien se dejara querer.
Y tú... no me oiste. Grité muy alto, pero no me oiste.
viernes, 4 de julio de 2008
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